En diferentes períodos de la historia de Europa, la disolución de los monasterios acabó con el poder de la Iglesia en la fabricación cervecera. Esto fue especialmente dramático en Inglaterra, cuando Enrique VIII saqueó los monasterios de su país durante su larga disputa con Roma.
Siglos más tardes los monjes fueron obligados a abandonar Francia durante la Revolución Francesa, trasladándose a los países bajos.
Allí comenzaron la tradición de las cervezas Trapenses que todavía sobrevive en la actualidad. En general, el declive de las cervecerías monacales abrió el camino para la aparición de la industria cervecera comercial.
Esta actividad estuvo respaldada por el uso del lúpulo. La planta había entrado por el Cáucaso y posteriormente por Alemania acompañando a la gente que emigraba tras la caída del Imperio Romano. En el año 736 ya había importantes plantaciones en la región bávara de Hallertau, su destino era complementar la selección de plantas que se usaban en la producción de la cerveza con el fin de contrarrestar el dulzor de la malta. Los cerveceros pronto fueron conscientes de sus propiedades antisépticas y, tal como constató Reynold Scott en su libro de 1574 Perfitte Platforme for a Hoppe Garden, comenzaron a plantarlo y a lupulizar sus cervezas para que durasen más.